Me detuve un momento a
contemplar lo que el objetivo de mi cámara estaba inmortalizando, me quedé
en silencio observando, no es real, no está ahí, pero definitivamente la
veo allí, así también en la vida, las apariencias nos llenan de imágenes
que no son reales y nos privan de ver la verdad, nos crean falsas realidades,
distorsionan el entorno y lo más delicado, eso que ves, eso que te presenta la
imagen, no existe.
Entonces si lo piensas,
toma sentido aquello que nos decían las abuelas, caras vemos, corazones, no
sabemos. De todo esto, lo más doloroso no es que te llenen el mundo de
apariencias, lo fuerte, es que hay personas que no pueden vivir sin esas
apariencias, las vuelven sus escudos, armaduras, para proteger sus verdades,
incluso de ellos mismos.
Personas que si se les
quitan sus apariencias, se desmoronan, porque no pueden soportar que las
personas les vean tal como son, no quieren ser frágiles, menos vulnerables,
creen que entre mejor proyecten sus falsas apariencias, más perfectos se verán,
sin embargo, al caer la tarde de la vida, en esta imagen no se verá la portada
del edificio que parece que estuviera allí, entonces sólo quedará la verdad, tú
decides, si quieres que quede tu falsa perfección o tu verdadera humanidad,
entonces verás si permanecen los mismos abrazos, los apretones de mano,
las felicitaciones, las luces, los reconocimientos y todo lo que te ha regalado
la apariencia.
Yo al menos, me quedo con
la tarde, cuando ya no proyectas más que tu verdadera imagen, me quedo con
tu humanidad, con aquello que me permite abrazar tu vulnerabilidad, en la
confianza que cuando atardezca en el camino de todas las vidas, seremos
examinados sólo en el Amor.