Según como se mire o desde dónde se esté,
sube o baja,
una ruta que se abre camino
en la espesura de una colina silenciosa y quieta
que va desvelando sus misterios,
regalando historia y vida,
a quien se atreva a recorrerla, tocarla,
impregnarse de sus aromas y
hasta buscar en ella su alimento...
Conozco ese camino,
podría cerrar los ojos y recorrer pasito a paso
en mi memoria la ruta
que en la vida me ha hecho,
subir hasta desear el cielo y también
bajar hasta tocar el suelo.
Si volviera a nacer, lo buscaría hasta encontrarlo,
no cambiaría nada, ni del entorno, ni de la subida,
que al inicio fue un desafío,
se sentía un aire agradable, que invitaba a caminar y aunque en la mitad del camino,
el aire fue viento, la nieve helaba hasta el alma,
al llegar a la cima,
el sol brillaba en un paisaje entrañable, inolvidable,
que imprimía en mis ojos, sello, forma, figura,
los esteros que corrían y caían entre la espesura,
que arriba era un hermoso valle en calma,
emitían las más hermosas melodías
que jamás volví a escuchar y que llevaré en mi alma para toda la eternidad.