Desde la primera vez que resonaron en
mi los diálogos del Principito y el zorro, me quedé impactada, cómo aquél que
había vivido en un entorno particular y peculiar, que sabía lo que era amar a
su rosa, que comprendió tantas cosas de la vida y de las personas, llegó a
encontrar a este zorro, esquivo, solitario, algo huraño, desconfiado, de tal
vez pocos o ni un amigo, deseó conocerlo, entenderlo, acercarlo y luego
dejarlo.
El zorro se lo anticipó, casi como
queriéndose proteger, si me dices que a esta hora vendrás, desde antes yo ya
estaré esperándote, anhelando verte, encontrarte, escucharte…éstas hermosas
palabras tienen tanta alma, tanta verdad, tanta vida…cuánta razón tenía ese
sabio zorro…creo adivinar ese miedo que tuvo que vencer, para desnudar su ser a
un extraño que lo llamaba, que le quería conocer.
El pequeño príncipe anhelaba esa
relación y el zorro se la regaló, venciendo sus temores, arriesgando su propio
ser, porque ya no iba a ser más el mismo, sabía que habría un antes y un
después, se iba a dejar domesticar, le enseñó a ese extraño a entrar en su
vida, éste noble y valiente gesto del zorro, nutrió al pequeño príncipe, de una
vivencia que hasta entonces le era desconocida y se llamaba amistad y le iba a
acompañar desde entonces y a lo largo de toda su vida.
Amaba a su rosa, ahora tenía un
verdadero amigo, el que había aprendido a domesticar, terminó siendo también
domesticado. Sólo una cosa me ha quedado a lo largo del tiempo clavada como un
acero en el alma….¿cómo sería aquel día, en que una hora antes y sin poder
evitarlo el zorro se preparara para el encuentro con su amigo que nunca más iba
a llegar?